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A los 17 años, hermosa y atractiva, dueña de gran fortuna, criada y educada distante de la religión y de las costumbres hebreas, María pasó a vivir en una de las propiedades heredadas de sus padres, en la aldea de Magdala. Así, ella llegó y adquirió fama, añadiendo a su nombre Magdala.
La casa en que vivía era buscada por patricios romanos, ricos negociantes, señores de tierras que le depositaban monedas de oro, joyas y perfumes, sin embargo ella no era feliz. En cierta ocasión, María de Magdala oyó hablar sobre el Rabí que andaba por los caminos de Galilea y de Judea, divulgando la Buena Nueva; sentía la esperanza de renacer y una noche, después de mucho pensar, fue a Cafarnaúm a oír las predicaciones del Evangelio del Reino, no lejos de la villa principesca donde vivía entregada a los placeres, llenándose de admiración profunda por el Mesías.
¿Qué nuevo amor era aquel predicado a los pescadores sencillos por labios tan divinos?
Hasta ese momento ella caminó sobre las rosas rojas del deseo, embriagándose con el vino de condenables alegrías, sin embargo su corazón estaba secuestrado y en desaliento. Joven y hermosa, emanciparse de los prejuicios férreos de su raza y su belleza le esclavizó a los caprichos de mujer los más ardientes admiradores, pero su espíritu tenía hambre de amor.
Envuelta por pensamientos profundos, María buscó al Maestro en la humilde casa de Simón Pedro. ¿Cómo el Señor la recibiría? Sus compatriotas nunca le habían perdonado el abandono del hogar y la vida de aventuras. Pero Jesús parecía esperarla, tal la bondad con que la recibió con una gran sonrisa.
La recién llegada se sentó con indefinible emoción sofocándole el pecho, llorando a los pies de Jesús, mojándolos con sus lágrimas, enjugándolos con sus cabellos, besando y ungiendo con perfume, diciendo: "Señor, oí tu charla consoladora y vengo a vuestro encuentro. Tienes la clarividencia del cielo y puedes adivinar cómo he vivido. Yo soy hija del pecado y todos me condenan, pero Maestro, observad cómo tengo sed del verdadero amor. Mi existencia, como todos los placeres, ha sido estéril y amargada. (...) Oí vuestra amorosa invitación al Evangelio. "Deseaba ser de vuestras ovejas, pero ¿será que Dios me aceptaría?"
Jesús entendiendo la profundidad de los pensamientos de Magdalena, respondió: "¡María, levanta los ojos al cielo y regocíjate en el camino porque has escuchado la Buena Nueva del Reino y Dios te bendice las alegrías! ¿Acaso podrías pensar que alguien en el mundo estaría condenado al pecado eterno? (...) Ve, María (...) sacrificate y ama siempre. Lejos es el camino, difícil la jornada, estrecha la puerta; pero la fe quita los obstáculos (...) nada temas. "(Lucas, 7: 48)
La pecadora de Magdala escuchaba al Maestro absorbiéndole las palabras. El hombre había hablado así a su alma incomprendida. Los más livianos le pervertieron las buenas inclinaciones, los aparentemente virtuosos la despreciaban sin piedad. Sin embargo, el profeta Nazareno había plantado en su alma nuevos pensamientos. Después que le oyó la palabra, percibió que las facilidades de la vida traían a ella ahora un tédio mortal, al espíritu sensible. Maria de Magdala lloró largamente, aunque no comprendía, aún, lo que alegaba al Profeta desconocido, sin embargo Su invitación amorosa parecía resonar en las fibras más sensibles de mujer.
Descubrir el lirio en el pantano y la estrella más allá de la tormenta, constituye un desafío para quien se postula al crecimiento interior. De esta manera, surgen enredos peligrosos que complican la marcha y dificultan la ascensión. Fue así, con profundo amor y cariño que el divino Maestro mostró a María y a todos aquellos que desean sinceramente levantarse del polvo de sus ruinas morales, el camino a seguir.
Volvamos a Magdalena después del encuentro con el Mesías. Corrió rápidamente la noticia, en Magdala, sobre la conversión de la pecadora que para todos era la mujer perdida, que tendría que encontrar la lapidación en la plaza pública. Sin embargo, decidida, distribuyó todo lo que poseía y con lo estrictamente necesario, inició un nuevo camino.
La vida renovada de Magdalena comienza a partir de ahí, representando el ejemplo de aquellos que cometen equívocos en su marcha evolutiva, pero, al toque del amor de Cristo, logran reajustarse ante la Ley de Dios, volviéndose definitivamente al bien.
María Magdalena es descrita en el Nuevo Testamento como una de las discípulas más dedicadas de Jesús; un ejemplo de superación, logró purificarse de todos sus engaños, que no eran pocos, entendiendo y viviendo el significado de las enseñanzas del Maestro, transformando por completo su vida, dedicándose a la total renovación de su comportamiento por la práctica del amor al prójimo.
Se juntó, así, a los que seguían al Mesías, sin embargo, percibía que no confiaban en su transformación, pues no sabían y no entendían, aún, las tentaciones por las que ella intentaba sublimar.
A través de la historia de María de Magdala y su trayectoria, podremos comprender la necesidad de amparar al hermano que piensa en ser útil y no consigue en el momento, en vez de hostilizarlo, combatirlo, sembrar espinas por donde pasa y llevarlo al juicio público.
Madalena acompañó a Jesús en todos los instantes, hasta el momento del Gólgota, permaneciendo al pie de la cruz, junto a María, madre del Maestro y del discípulo Juan. Al tercer día después de la crucifixión, caminó hasta la tumba con Juana de Cusa y otras mujeres, encontrando la piedra del sepulcro removida. El recuerdo de dolor le oprimió el pecho, cuando oyó su voz, llamándola. El Nazareno estaba allí, vivo. Fue así, a anunciar a los discípulos el mensaje de la resurrección, noticia que extendió inmenso gozo entre todos ellos.
Los días que siguieron fueron de nostalgia y recuerdos; deseó seguir con los nuevos diseminadores de la Buena Nueva, pero experimentó la soledad y el abandono, pero comprendió, y recordando al Maestro se resignó. Para frenar la inmensa nostalgia del Mesías, pasó a caminar por las playas. Humilde y sola, se sometió a muchos sacrificios, trabajando mucho para su propia supervivencia, rechazando las propuestas de vida material más tranquila que podrían entorpecerle el espíritu ya despierto para las claridades del amor verdadero. Este amor se multiplicaba en la proporción que ella lo dividía con los tristes y enfermos de la jornada; su alegría renacía en las sonrisas de los viejos, jóvenes y niños, atendidos con cariño.
Vinieron de Idumea, cansados y tristes, un grupo de leprosos buscando socorro de la curación, preguntando por Jesús, sin embargo, veían todas las puertas cerradas, las autoridades locales ordenaron la expulsión inmediata de esos hermanos. Ante este hecho, Madalena camina con ellos a Jerusalén, pasando a vivir en el valle de los leprosos. De allí en adelante todas las tardes, la mensajera del Evangelio reunía la turba de sus nuevos amigos y hablaba sobre las enseñanzas de Jesús. Las caras ulceradas se llenaban de alegría buscando una nueva luz. Los agonizantes se arrastraban junto a ella y le besaban la túnica, y así la hija de Magdala recordaba el amor del Maestro y los tomaba en sus brazos fraternos y cariñosos, llevando a los compañeros de dolor, una migaja de esperanza, diciéndoles: "¡Jesús desea intensamente que nos amemos unos a otros y que participemos de sus divinas esperanzas, en la más extrema lealtad a Dios!”
En breve tiempo, su piel presentaba también manchas violáceas de la lepra. Fue, junto a ellos, los leprosos, que María constituyó su familia terrena, recordando a Jesús diariamente, manteniendo encendida la fe en aquellos corazones, ejemplificándose como fiel servidora del Cristo, sometiéndose a todo tipo de infortunio, sin jamás desfallecer o, quejarse.
En la fortaleza de su fe, la ex-pecadora abandonó el valle a través de los caminos ásperos. Fue una peregrinación difícil y angustiosa a Efeso, sufriendo humillaciones y recurriendo a la caridad, sin embargo, se alegró de reconocer que su espíritu no tenía motivos para lamentaciones, pues Jesús la esperaba.
La muerte del cuerpo la alcanzó en un momento en que la enfermedad se extendía por todo su organismo. Experimentaba una sensación de alivio, cuando vio a Jesús acercarse más bello que nunca. Su mirada tenía el reflejo del cielo y el semblante traía un júbilo indefinible. El maestro le extendió las manos y ella se bajó, exclamando: "¡Señor! (...) Jesús la recogió suavemente en los brazos y murmuró: "¡María, ya pasaste la puerta estrecha! ¡Amaste mucho! ¡Ven! ¡Yo te espero aquí! "(Juan, 20: 16)
Su espíritu alcanzó la gloria y la felicidad verdadera. Entendiéndolo como pocos y, por esta razón el Mesías apareció primero a ella tras su vuelta en Espíritu, a decir al mundo la real importancia del sentimiento de amor en el trato con la vida.
Ella aparece en el Evangelio como resplandeciente figura femenina a quien todos reverenciamos. Por lo tanto, renuevo, meditando en la sabia reflexión del espíritu Emmanuel, a través del tierno médium Francisco C. Xavier, en el libro Fuente Viva, capítulo 87: "Acuérdate de que no eres tú quien espera por la Divina luz. Es la Divina luz, fuerza del cielo a tu lado, que permanece esperando por ti.
Bibliografia:
FRANCO, P. Divaldo – Las Primícias del Reino– dictado por el espíritu Amelia Rodrigues – 2ª edición – Rio de Janeiro/RJ/ Editora Sabiduría – 1967 – La Renacida de Magdala.
XAVIER, C. Francisco – Boa Nova – ditado pelo espírito Humbertode Campos
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