domingo, 27 de octubre de 2013

DEDICATORIA A LOS MEDIUMS



Dedicatoria a los médiums

En el médium, cuanto más lucha,
más trabajo y dedicación,
cuanto mayor la pelea,
mucho menor la obsesión.

                    *

El médium que nada sufre
en el testimonio de la fe,
en verdad, nunca sabe
si está acostado o de pié.

                     *

Médium que no se depara
con obstáculos en la jornada,
guarde consigo la certeza
de que sigue la senda herrada.

                       *

De mil médiums que cayeron
en suelo empantanado,
si uno cayo por las críticas.
El resto por ser elogiado

                        *  

Junto a un médium cualquiera,
surge el espíritu obsesor
y todo le facilita
para causarle dolor.

                    *

Cuando más el clavo soporta
más se afirma en la madera,
cuanto más soporta el médium

más servicio da a la vida entera. 

jueves, 17 de octubre de 2013

Judas iscariote



JUDAS ISCARIOTES

En las márgenes calladas del Jordán, tal vez no lejos del lugar sagrado, donde el Precursor bautizó a Jesucristo, divisé a un hombre sentado sobre una piedra. De su expresión fisonómica se irradiaba una simpatía cautivante.

-¿Sabes quién es éste?- murmuró alguien a mis oídos. –Éste es Judas.

-¡¿Judas?!...

- Sí. Los Espíritus aprecian, no obstante el progreso que ya alcanzaran, volver atrás, visitando los sitios donde se engrandecieron o prevaricaran, sintiéndose momentáneamente transportados a los tiempos idos. Entonces sumergen el pensamiento en el pasado, regresando al presente, dispuestos al heroísmo necesario del futuro. Judas acostumbra a venir a la Tierra, en los días en que se conmemora la Pasión de Nuestro Señor, meditando en sus actos de antaño…

Aquella figura de hombre me magnetizaba. Yo no estoy aún libre de la curiosidad del reportero, mas entre mis maldades de pecador y la perfección de Judas existía un abismo. Pero, mi atrevimiento a la santa humildad de su corazón, se unieron para que yo lo acaparase, procurando oírlo.

-¿Realmente, es usted el ex hijo de Iscariote?

-Sí, soy Judas –respondió aquel hombre triste, enjugando una lágrima en los dobleces de su larga túnica.

Como el Jeremías, de las lamentaciones, contemplo a veces esta Jerusalén arruinada, meditando en el juicio de los hombres transitorios…

-¿Es verdad cuanto reza del Nuevo Testamento con respecto a su personalidad en la tragedia de la condenación de Jesús?

-En parte… Los Escribas que redactaron los Evangelios, no atendieron a las circunstancias y a las intrigas políticas que predominaron por encima de mis actos en la nefasta crucifixión. Poncio Pilatos y en el tetrarca de Galilea, además de sus interés individuales en la cuestión, aun tenían a su cargo salvaguardar los intereses del Estado romano, empeñado a satisfacer las aspiraciones religiosas de los ancianos judíos. Siempre la misma historia. El Sanedrín deseaba el reino de los cielos peleando por Jehová, a hierro y fuego; Roma quería el reino de la Tierra. Jesús estaba entre esas fuerzas antagónicas con su pureza inmaculada. Ahora bien, yo era uno de los apasionados por las ideas socialistas del Maestro, pero mi excesivo celo por la doctrina, me izo sacrificar a su fundador. Por encima de los corazones, yo veía la política, única arma con la cual podría triunfar y Jesús no obtendría ninguna victoria. Con sus teorías, nunca podría conquistar las redes del poder, ya que, en su manto de pobre, se sentía poseído de un santo horror a la propiedad. Planeé entonces una rebelión sorda como se proyecta hoy en día en la Tierra la caída de un jefe de Estado. El Maestro pasaría a un plano secundario y yo reclutaría colaboradores para una obra vasta y enérgica como la que hizo más tarde Constantino Primero, el Grande, después de vencer a Maxencio a las puertas de Roma, lo cual, por lo demás, apenas sirvió para desvirtuar el Cristianismo. Pues entregando al Maestro a Caifás, no juzgué que las cosas llegasen a un fin tan lamentable y, atormentador de remordimientos, presumí que el suicidio era la única manera de redimirme a sus ojos.

-¿Y llegó a salvarse por el arrepentimiento?

-No. No lo conseguí. El remordimiento es una fuerza preliminar para los trabajos reparadores. Después de mi muerte trágica me hundí en siglos de sufrimientos expiatorios de mis faltas. Sufrí horrores en las persecuciones infligidas en Roma a los adeptos de la doctrina de Jesús, y mis pruebas culminaron en una hoguera inquisitorial, donde, imitando al Maestro, fui traicionado, vendido y usurpado. Víctima de la felonía y de la traición, dejé en la tierra los últimos resquicios de mi crimen, en la Europa del siglo XV. Desde este día en que me entregué por amor a Cristo a todos los tormentos e infamias que me degradaban, con resignación y piedad por mis verdugos, cerré el ciclo de mis dolosas reencarnaciones en la Tierra, sintiendo en la frente, el ósculo de perdón de mi propia conciencia…

-Y hoy está meditando en los días que se fueron… -pensé con tristeza.

-Sí… estoy recapitulando los hechos tal y como pasaron. Y ahora, hermanado con él, que se halla en su luminoso Reino de las Alturas que aun no es de este mundo, siento en estos caminos la señal de sus divinos pasos. Lo veo aún en la cruz entregando a Dios su destino… Siento la clamorosa injusticia de los compañeros que lo abandonaron enteramente y me viene aun recordación cariñosa de las pocas mujeres que lo ampararon en el doloroso trance… En todos los homenajes prestados a Él, yo soy siempre la figura repugnante del traidor… Observo complacientemente a los que me acusan sin pensar, si pueden lanzar la primera piedra… Sobre mi nombre, pesa la maldición milenaria, como esos lugares llenos de maldición e infortunio. Pero en lo personal, estoy saciado de justicia, porque ya fui absuelto por mi conciencia en el tribunal de los suplicios redentores.

-En cuanto al Divino Maestro, -continuó judas- infinita es su misericordia y no solo para conmigo, porque si recibí treinta monedas, vendiéndole a sus verdugos, hace muchos siglos que Él está siendo criminosamente vendido en el mundo, al mayor y al pormenor, por todos los precios, en todos los patrones del oro amonedado…

-Es verdad, -concluí- y los nuevos negociadores del Cristo no se ahorcan después de venderlo.

Judas se apartó tomando la dirección del Santo Sepulcro y yo, confundido en las sombras invisibles para el mundo, vi que en el cielo brillaban algunas estrellas sobre las nubes parduscas y tristes, mientras el Jordán rodaba en su quietud como una sabana de aguas muertas, procurando un mar muerto.

Comunicación recibida  por el médium Francisco Cándido Xavier.

Del libro, Palabras del Infinito

domingo, 6 de octubre de 2013

El paralítico


El paralítico

“Pues, todo cuanto queréis que los hombres os hagan, así también haced vosotros a ellos; porque esta es la ley y los profetas.”
                                                              (Mateo, cap.7: v.12)

Hace mucho tiempo, en Judea, vivía un joven llamado David. Naciera sano, tuviera una infancia alegre y descuidada y la juventud llena de placeres y diversiones.

Era fuerte, bonito y elegante, razón por la cual las mujeres se apasionaban perdidamente por él.

Pero, en una mañana de invierno, despertó  con cierta debilidad en las piernas, acompañada de horribles dolores que lo obligaron a permanecer en el lecho.

Al cabo de una semana, intentó levantarse, mas no lo consiguió. Los médicos, consultados, le recomendaron tisana, ungüentos, baños y masajes, pero nada de eso fue eficaz para aliviarle la dolorosa situación.

David, al percibir que ya no podía tener una vida normal como cualquier otro joven de su edad, se dejó dominar por incoercible desesperación. Lloró mucho, debatiéndose en angustias inenarrables. Con todo, después de algunos meses, se conformó con lo que no podía cambiar: estaba paralítico.

La alegría desapareció de su vida, tornándose una persona triste y melancólica.

A pesar de la desgracia que lo alcanzara en pleno florecimiento de las esperanzas, poseía un corazón bien formado y sentía piedad de las otras personas, no obstante su propio sufrimiento.

En cierta ocasión oyó hablar de un profeta, que andaba curando ciegos y sordos, cojos y estropeados, endemoniados u obsesados y hasta leprosos,  y se tomó de vivo interés por conocerlo.

Al ser informado de que ese hombre –conocido como Jesús de Nazaret, un carpintero galileo- se aproximaba a su ciudad, deseó ardientemente ir a su encuentro. También quería ser curado por él, como ya ocurriera con tantas personas.

De familia muy pobre y sin recursos para alquilar un carruaje que lo transportase mas confortablemente, suplicó a su hermano mayor, Jacobo, que improvisase una camilla y lo llevase al encuentro del carpintero galileo.

Al principio, el hermano se negó. No creía en milagros y temía alimentar falsas esperanzas  en David, pues sabía que su enfermedad era irreversible. Sin embargo, éste insistió tanto que él acabó accediendo.

Salieron al otro día muy temprano, acompañados de otras personas que también deseaban conocer al rabí. Por el camino iban encontrando más gentes, muchas de ellas enfermas, que se dirigían al mismo lugar donde estaría Jesús. Al aproximarse al sitio, avistaron a gran número de personas.

Bajo intensas expectativas, se acomodaron lo mejor posible, dada las circunstancias, y se quedaron también esperando.

Una incontable multitud de criaturas enfermas y necesitadas se aglomeraba allí: ciegos, sordos, mudos, paralíticos, leprosos, en fin, todos los estropeados del mundo. Todos traían estampada en el rostro la secreta esperanza de ser curados por  el profeta nazareno.

Al lado de David, un pobre infeliz también aguardaba como tantos otros. Se pusieron a conversar y David llegó a saber que Jonás, además de paralítico, también era ciego. Completamente  tomado por una enfermedad que, en poco tiempo, lo condujera en aquella condición atroz. Tan solo conseguía oír y hablar. Nada más.

David sintió profunda compasión por el pobre hombre que estaba  allí casi en la condición de un vegetal. Él, David, por lo menos podía mover los brazos a voluntad, hacer alguna tarea con las manos, ayudando a Jacobo en el mantenimiento de la casa; veía y apreciaba lo que acontecía a su alrededor, participando de todo. Sólo, no podía andar con sus propias piernas. Imaginó como debía de ser triste la vida de Jonás, sumergido en las tinieblas eternas.

En ese momento, el ruido de la turba indicó que el profeta se aproximaba, y ellos se callaron.

De donde estaban, podían ver a toda la gente que se agitaba sufrida y ansiosa.

La figura majestuosa que asomó de la multitud dejó a David muy impresionado. Al caminar, posó su mirada en el pueblo, que se aquietara por completo.

Vestíase con mucha sencillez, con una túnica de tejido rústico. Los cabellos castaños, repartidos a la nazarena, descendían hasta los hombros, y traía tanta paz y ternura estampadas en el rostro que David se enterneció. Al ver aquellos ojos que eran dos pedazos de un cielo muy azul, el joven sintió ímpetus de arrodillarse a los pies del maestro galileo, no lo pudo hacer debido a sus precarias condiciones físicas, que no lo permitían.

El profeta comenzó a hablar con voz tierna y acento inolvidable. Bajo la suave brisa que soplaba. David sintió inmensa paz invadiéndole el corazón.

Mientras Jesús hablaba, la gran masa humana se dejaba prender bajo el magnetismo de aquella figura extraordinaria.

-“Bien aventurados los humildes de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.”-

El llamado del Rabí a todas las criaturas tristes y desesperadas, repercutió en el alma de David, sensibilizándolo hasta las lágrimas. Miró a su alrededor y vio que muchos de los que allí estaban, al igual que él, también lloraban emocionados.

La multitud se agitó. Como todos deseaban acercarse al maestro, se formó un gran tumulto. Jesús curaba sin cesar, pero era muy difícil llegar hasta él. Las personas se apretujaban con ansias de ser atendidas. En la confusión que se estableciera, David consiguió aproximarse conducido por Jacobo. El Rabí curaba desde hacía horas y su fisonomía demostraba cansancio.

Un hombre que estaba siempre junto a él y que decían era uno de sus discípulos, un pescador de nombre Simón Barjonas, afirmó con voz muy fuerte.

-El maestro necesita retirarse. Solo atenderá a una persona más.

David sonrió. Estaba muy cerca del nazareno y con certeza sería él el beneficiado.

En este instante, mirando al lado, vio al pobre infeliz paralítico Jonás, con quién estuviera conversando mientras aguardaba y por quien nutriera sincero afecto, y se sintió henchido de infinita compasión. El compañero, ni siquiera podía tener la felicidad, que le fuera concedida, de ver la figura majestuosa del Maestro galileo, allí tan cerca, visto que, aparte de todo lo demás, era ciego.

Jesús dijera un poco antes: “Pues, todo cuanto queréis que los hombres hagan por vosotros, haced así vosotros también por ellos; porque esta es la ley y los profetas.”

Buscó con la vista al Rabí de Galilea, que lo miraba con ojos serenos y tiernos. Las palabras oídas hacía poco por la boca de Jesús repercutían aún en sus oídos y sintió, en lo íntimo del alma, que el mensaje le sería suficiente para toda la vida. Ser curado ya no le parecía tan importante.

Sonrió al Maestro y se viró hacia el paralitico a su lado. Jesús lo entendió sin necesidad de palabras.

Acercándose más, el profeta colocó la mano suavemente sobre la cabeza de David.

El joven sintió un nudo en la garganta y las lagrimas le inundaron el rostro, tal era la emoción que le dominara en aquel momento supremo. Entendió la lección y percibió que el Maestro  aprobaba su gesto.

Enseguida el Rabí se dirigió a Jonás que intentaba entender lo que estaba sucediendo en aquel momento a su alrededor, e imponiéndole la mano en la cabeza, le ordenó:

-¡Levántate y anda! Estás curado.

Bajo gritos de alegría, el hombre se levantó del lecho improvisado, exclamando:

-¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Estoy curado! ¡Estoy viendo!- y lloraba y reía  y reía y lloraba.

El Nazareno se alejó envuelto por la multitud y en poco tiempo el lugar quedó desierto.

David, aunque no había sido curado, retornó a casa satisfecho. Jacob no entendió lo que pasara ante sus ojos, considerando un absurdo que el hermano no hubiese aprovechado la oportunidad que tuviera, estando tan cerca de Jesús.

David permanecía callado y pensativo durante todo el trayecto de regreso a la aldea, ni siquiera se daba cuenta de las recriminaciones del hermano. Las palabras que oyera de la boca del Mesías (ahora no tenía ninguna duda de que lo fuese realmente) le propiciarían infinito consuelo y resignación ante los infortunios. Renunciara a la única oportunidad que tuviera de ser curado milagrosamente por el Maestro galileo, pero eso ahora ya no le parecía que tuviese tanta importancia. Una nueva luz le naciera en lo íntimo clarificando la comprensión de sus problemas.

Regresó a su localidad resignado y dispuesto a proseguir soportando la enfermedad, confiando en aquel Dios que era todo amor y misericordia, al cual Jesús se refiriera.

Al llegar a casa, cuando el hermano Jacobo lo ayudaba a dejar la camilla improvisada para acomodarse en el lecho. David percibió lleno de júbilo -¡oh!, ¡maravilla!- , que también podía andar. Pues, de igual manera, había sido curado, merced a la infinita bondad de aquel Maestro Jesús, que era compasión por sus sufridores.

En ese momento, profundamente emocionado, David recordó las palabras que él le dijera y que permanecerían grabas en su Espíritu para siempre:

-“HAZ A LOS OTROS TODO LO QUE QUIERAS QUE ELLOS TE HAGAN.”

Extraído Del libro “El Eterno Mensaje del Monte.”
Médium Celia Xavier de Camargo.
Espíritu, León Tolstoi