jueves, 17 de octubre de 2013

Judas iscariote



JUDAS ISCARIOTES

En las márgenes calladas del Jordán, tal vez no lejos del lugar sagrado, donde el Precursor bautizó a Jesucristo, divisé a un hombre sentado sobre una piedra. De su expresión fisonómica se irradiaba una simpatía cautivante.

-¿Sabes quién es éste?- murmuró alguien a mis oídos. –Éste es Judas.

-¡¿Judas?!...

- Sí. Los Espíritus aprecian, no obstante el progreso que ya alcanzaran, volver atrás, visitando los sitios donde se engrandecieron o prevaricaran, sintiéndose momentáneamente transportados a los tiempos idos. Entonces sumergen el pensamiento en el pasado, regresando al presente, dispuestos al heroísmo necesario del futuro. Judas acostumbra a venir a la Tierra, en los días en que se conmemora la Pasión de Nuestro Señor, meditando en sus actos de antaño…

Aquella figura de hombre me magnetizaba. Yo no estoy aún libre de la curiosidad del reportero, mas entre mis maldades de pecador y la perfección de Judas existía un abismo. Pero, mi atrevimiento a la santa humildad de su corazón, se unieron para que yo lo acaparase, procurando oírlo.

-¿Realmente, es usted el ex hijo de Iscariote?

-Sí, soy Judas –respondió aquel hombre triste, enjugando una lágrima en los dobleces de su larga túnica.

Como el Jeremías, de las lamentaciones, contemplo a veces esta Jerusalén arruinada, meditando en el juicio de los hombres transitorios…

-¿Es verdad cuanto reza del Nuevo Testamento con respecto a su personalidad en la tragedia de la condenación de Jesús?

-En parte… Los Escribas que redactaron los Evangelios, no atendieron a las circunstancias y a las intrigas políticas que predominaron por encima de mis actos en la nefasta crucifixión. Poncio Pilatos y en el tetrarca de Galilea, además de sus interés individuales en la cuestión, aun tenían a su cargo salvaguardar los intereses del Estado romano, empeñado a satisfacer las aspiraciones religiosas de los ancianos judíos. Siempre la misma historia. El Sanedrín deseaba el reino de los cielos peleando por Jehová, a hierro y fuego; Roma quería el reino de la Tierra. Jesús estaba entre esas fuerzas antagónicas con su pureza inmaculada. Ahora bien, yo era uno de los apasionados por las ideas socialistas del Maestro, pero mi excesivo celo por la doctrina, me izo sacrificar a su fundador. Por encima de los corazones, yo veía la política, única arma con la cual podría triunfar y Jesús no obtendría ninguna victoria. Con sus teorías, nunca podría conquistar las redes del poder, ya que, en su manto de pobre, se sentía poseído de un santo horror a la propiedad. Planeé entonces una rebelión sorda como se proyecta hoy en día en la Tierra la caída de un jefe de Estado. El Maestro pasaría a un plano secundario y yo reclutaría colaboradores para una obra vasta y enérgica como la que hizo más tarde Constantino Primero, el Grande, después de vencer a Maxencio a las puertas de Roma, lo cual, por lo demás, apenas sirvió para desvirtuar el Cristianismo. Pues entregando al Maestro a Caifás, no juzgué que las cosas llegasen a un fin tan lamentable y, atormentador de remordimientos, presumí que el suicidio era la única manera de redimirme a sus ojos.

-¿Y llegó a salvarse por el arrepentimiento?

-No. No lo conseguí. El remordimiento es una fuerza preliminar para los trabajos reparadores. Después de mi muerte trágica me hundí en siglos de sufrimientos expiatorios de mis faltas. Sufrí horrores en las persecuciones infligidas en Roma a los adeptos de la doctrina de Jesús, y mis pruebas culminaron en una hoguera inquisitorial, donde, imitando al Maestro, fui traicionado, vendido y usurpado. Víctima de la felonía y de la traición, dejé en la tierra los últimos resquicios de mi crimen, en la Europa del siglo XV. Desde este día en que me entregué por amor a Cristo a todos los tormentos e infamias que me degradaban, con resignación y piedad por mis verdugos, cerré el ciclo de mis dolosas reencarnaciones en la Tierra, sintiendo en la frente, el ósculo de perdón de mi propia conciencia…

-Y hoy está meditando en los días que se fueron… -pensé con tristeza.

-Sí… estoy recapitulando los hechos tal y como pasaron. Y ahora, hermanado con él, que se halla en su luminoso Reino de las Alturas que aun no es de este mundo, siento en estos caminos la señal de sus divinos pasos. Lo veo aún en la cruz entregando a Dios su destino… Siento la clamorosa injusticia de los compañeros que lo abandonaron enteramente y me viene aun recordación cariñosa de las pocas mujeres que lo ampararon en el doloroso trance… En todos los homenajes prestados a Él, yo soy siempre la figura repugnante del traidor… Observo complacientemente a los que me acusan sin pensar, si pueden lanzar la primera piedra… Sobre mi nombre, pesa la maldición milenaria, como esos lugares llenos de maldición e infortunio. Pero en lo personal, estoy saciado de justicia, porque ya fui absuelto por mi conciencia en el tribunal de los suplicios redentores.

-En cuanto al Divino Maestro, -continuó judas- infinita es su misericordia y no solo para conmigo, porque si recibí treinta monedas, vendiéndole a sus verdugos, hace muchos siglos que Él está siendo criminosamente vendido en el mundo, al mayor y al pormenor, por todos los precios, en todos los patrones del oro amonedado…

-Es verdad, -concluí- y los nuevos negociadores del Cristo no se ahorcan después de venderlo.

Judas se apartó tomando la dirección del Santo Sepulcro y yo, confundido en las sombras invisibles para el mundo, vi que en el cielo brillaban algunas estrellas sobre las nubes parduscas y tristes, mientras el Jordán rodaba en su quietud como una sabana de aguas muertas, procurando un mar muerto.

Comunicación recibida  por el médium Francisco Cándido Xavier.

Del libro, Palabras del Infinito

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