viernes, 4 de junio de 2021

Tocó el manto de Jesús

 


Flujos de Sangre

Encontraremos en Levítico 15: 19 - 30 lo siguiente...

Cuando la mujer tuviere flujo de sangre, y su flujo fuere en su carne, siete días estará apartada; y cualquiera que la tocare, será inmundo hasta la tarde. Y todo aquello sobre que ella se acostare mientras su separación, será inmundo; y todo aquello sobre que se sentare, será inmundo. Y cualquiera que tocare su cama, lavará sus vestidos, y a sí mismo se lavará con agua, y será inmundo hasta la tarde. También cualquiera que tocare cualquier mueble sobre que ella se hubiere sentado, lavará sus vestidos; se lavará luego a sí mismo con agua, y será inmundo hasta la tarde. Y si alguna cosa estuviere sobre la cama, o sobre la silla en que ella se hubiere sentado, el que lo tocare será inmundo hasta la tarde. Y si alguno durmiere con ella, y la inmundicia de ella fuere sobre él, será inmundo por siete días; y toda cama sobre que durmiere, será inmunda. Y la mujer, cuando manare el flujo de su sangre por muchos días fuera del tiempo de su costumbre, o cuando tuviere flujo de sangre más de su costumbre; todo el tiempo del flujo de su inmundicia, será inmunda como en los días de su costumbre.

Cualquiera que tocare en esas cosas será inmundo; y lavará sus vestidos, y a sí mismo se lavará con agua, y será inmundo hasta la tarde. Y cuando fuere limpia de su flujo, se ha de contar siete días, y después será limpia. ...(sigue)


   Según las prescripciones del Viejo Testamento, el periodo menstrual volvía impura a la mujer. Era como si hubiese cometido el pecado de contrariar a la Naturaleza, frustrando su empeño en perpetuar la especie. Y transmitía impureza a personas, muebles, ropas y objetos con los cuales tuviese contacto.

Eran días penosos, marcado por cuidados extremos, a fin de evitar contaminaciones. Eso le imponía cierta soledad.

Se distanciaba de las personas en el propio hogar, evitando efusiones afectivas, como acariciar a un hijo. Si el periodo era difícil, imaginemos la mujer que, en virtud de un problema ginecológico, experimentase un flujo semejante a la interminable menstruación.

Hoy sabemos que se trata de una pequeña hemorragia, generada por variados males, como un tumor, disturbio hormonal, infección renitente…

En la antigüedad era precarios los recursos médicos. La paciente quedaba, no es raro, largos periodos situada como impura, en una posición humillante.

Uno de los más bellos episodios evangélicos envuelve esa situación. Significativo el título:

“La hemorroísa”.

Hablan los evangelistas de cierta mujer que desde hacía doce años permanecía catamenial, es decir, menstruada.

Marcos afirma que sufrió mucho; consumió tratamientos variados todo lo que tenía, sin mejorar. Por el contrario – estaba cada vez peor.

Imaginemos su sufrimiento. Ninguna mujer encuentra agradable el flujo menstrual, acompañado, casi siempre, de tensión, cólicos, dolores, irritación, depresión, angustia…Y como si la Naturaleza le cobrase el hecho de no haber concebido.

¡Imaginemos a quien se sintiese menstruada desde hace doce años!

Consideremos, para efecto de narrativa, que la hemorroísa era la legendaria Verónica.

Oyó hablar de Jesús, conocía los prodigios que realizaba. Tenía absoluta certeza de que el bondadoso Rabí resolvería su problema. Al final, parar el flujo menstrual era mucho más fácil que dar visión a los ciegos, dar movimiento a los paralíticos, audición a los sordos…

Había un problema:

¿Cómo acercarse a Jesús y dirigirle la palabra, siendo impura? Le parecía impertinencia, una osadía…

Inmenso el peso de los preconceptos que oprimían a la mujer en aquellos tiempos lejanos.

Indecisa en principio, Verónica se animó con un ejercicio de lógica cristalina: No hacía falta hablar con Jesús.

El poder que estaba en sus manos y en su voz impregnaba también sus ropas.

¡Bastaría tocar en una punta de su túnica y seria curada! Así, esperó ansiosa, la bendecida oportunidad.

Cuando el Maestro pasó por las inmediaciones, en Cafarnaúm, regresando de Gerasa, fue a su encuentro. La multitud lo rodeaba.

Venciendo la timidez, con infinito cuidado para no contaminar a nadie con su impureza, Verónica, se aproximó a Jesús, que caminaba delante de ella.

¡Fue tomada de inexplicable emoción!

¡Finalmente llegó el momento tan esperado!

¡Estaba cerca del Mesías!

Sin vacilar, extendió sus temblorosas manos y tocó sus ropas…

Si viviese en nuestro tiempo, diría haber experimentado un suave choque eléctrico, un hormigueo extendiéndose en su cuerpo. Sintió, instantáneamente, que el flujo sanguíneo cesaba.

¡Alcanzó la gracia soñada! Podemos imaginar su alegría.

- ¿Quién me tocó? - preguntó Jesús.

Evidentemente sabia quien lo hizo. Solamente deseaba destacar aquella gloriosa manifestación de fe.

Simón Pedro, respondió:

- Maestro, la multitud nos comprime. Hay mucha gente a nuestro alrededor. ¿Cómo vamos a saber quién te tocó?

Jesús insistió:

- Alguien me tocó. Percibí que salió de mi un poder.

¡¡¡Verónica tembló!!!

Los doce años de impureza hicieron de ella una mujer solitaria, tímida, temerosa de contacto con las personas. Pero, convocada al testimonio, en aquel glorioso momento que habría de marcar para siempre su trayectoria... no vaciló.

Se arrodilló delante de Jesús y le relató sus dolorosas experiencias, el mal que la atormentaba desde hacía doce años y porque tocó sus ropas.

¡Suprema felicidad! ¡estaba curada!

Jesús levantó a Verónica y, abrazándola cariñosamente, le dijo:

- ¡Hija, tu fe te salvó! Ve en paz y queda libre de tu mal.

Un prodigio extraordinario más era realizado por el misionero divino. Nuevamente quedaba demostrado:

La fe era la base fundamental para que las personas recibiesen sus bendiciones.

¿La cura es el premio para la fe?

¿Jesús rechaza a ayudar a los que no creen en Él? ¡Ciertamente, no!

Inaceptable tal comportamiento por parte de alguien que vino para acabar con discriminaciones y preconceptos.

El Maestro nos ayuda a todos. Incluso los incrédulos pertenecen al inmenso rebaño humano, conducidos por el celeste pastor. Pero hay una condición establecida por las leyes divinas para el atendimiento de nuestras suplicas:

La sintonía vibratoria.

Semejante a Verónica, no es necesario exponer resentimientos y deseos, ni anunciar problemas y enfermedades. Basta tener fe, la certeza plena de que seremos agraciados.

Imaginémonos extendiendo las manos a Jesús, como Verónica…

¡Sentiremos el poder que fluye, emanado de la espiritualidad, haciendo cesar el flujo de nuestros dolores!


Extraído del libro: Tu fe te salvó, de Richard Simonetti

La confianza y sintonía con Jesús, es la solución a nuestro diario vivir.

(Está un poco recortado, por no hacerlo tan extenso)