lunes, 28 de marzo de 2022

Comprendiendo la organización de Jesús




   Como hombre, tenía el organismo de los seres carnales, pero como Espíritu puro, desprendido de la materia, vivía más la vida espiritual que la vida corporal, cuyas debilidades no padecía. La superioridad de Jesús con relación a los hombres no era el resultado de las cualidades particulares de su cuerpo, sino de las de su Espíritu, que dominaba a la materia de un modo absoluto, y de la cualidad de su periespíritu, extraído de la parte más quintaesenciada de los fluidos terrestres. Su alma no se encontraba prisionera del cuerpo más que por los vínculos estrictamente indispensables. 

   Constantemente desprendida, ella le otorgaba la doble vista no sólo permanente, sino de una penetración excepcional, muy superior a la que poseen los hombres comunes. Lo mismo debía de darse en Él con relación a los fenómenos que dependen de los fluidos periespirituales o psíquicos. La calidad de esos fluidos le confería un inmenso poder magnético, secundado por el deseo incesante de hacer el bien.

   ¿Actuaría como médium en las curaciones que producía? ¿Se lo podría considerar un poderoso médium curativo? 

   No, puesto que el médium es un intermediario, un instrumento del que se sirven los Espíritus desencarnados. Ahora bien, Cristo no precisaba asistencia; Él era quien asistía a los demás. Obraba por Sí mismo debido a su poder personal, como en ciertos casos pueden hacerlo los encarnados, en la medida de sus fuerzas. Por otra parte, ¿qué Espíritu osaría infundirle sus propios pensamientos y le encargaría transmitirlos?... Si acaso Él recibía algún influjo ajeno, este sólo podría provenir de Dios. Según la definición dada por un Espíritu...: Jesús... era médium de Dios.

 

Del libro La Génesis, de Allan Kardec

jueves, 3 de marzo de 2022

Conversación, Nicodemo con Jesús.

 


¿POR QUÉ, SEÑOR?


…Y Nicodemo, el gran Nicodemo de los primeros días del Evangelio, pasó a contarnos...:

- Después de la aparición del Señor a los quinientos de Galilea, cierto día, al atardecer, me detuve a la orilla del lago de sus predicaciones, rogando a Él me disipase las dudas. Ante las enseñanzas divinas, yo experimentaba el choque en torno de las ideas de justicia y misericordia, responsabilidad y perdón… ¿De qué manera conciliar el bien y el mal? ¿Cómo establecer la diferencia entre el premio y el castigo? Atormentado, delante de las exigencias de la Ley de la que yo era intérprete, le supliqué la palabra y he aquí que, de súbito, el Excelso Bienhechor apareció junto a mí… Me postré en la arena y Jesús, aproximándose, me tocó, levemente, la cabeza fatigada, e inquirió:

- Nicodemo, qué pretendes de mí?.

-Señor, – comenté ,- tengo el pensamiento en fuego, intentando discernir sobre rectitud y delincuencia, bondad y corrección… ¿por que comiste con pecadores y tantas veces te referiste, casi rudamente, a los fariseos, leales seguidores de Moisés? Acaso, ¿están en la verdad las personas de vida impura, y erradas aquellas otras que se muestran fieles a la ley?

Jesús respondió con inflexión de blandura insuperable:

- Nunca dije que los pecadores están en el camino justo, sino afirmé que no vine al mundo a socorrer a los sanos, y sí a los enfermos. En cuanto a los principios de santidad, ¿qué decir de los buenos que detestan a los malos, de los felices que desprecian a los infelices, si todos somos hijos de Dios? ¿De qué sirve el tesoro enterrado o el libro escondido en el desierto?

- Señor, – prosiguió, - ¿por qué dispensaste tanta atención a Zaqueo, el rico, al punto de compartir su mesa, sin visitar los hogares pobres que le rodean la morada?

- Estuve con las multitudes, desde las noticias iniciales del nuevo Reino!... Con relación a Zaqueo, él es un rico que deseaba instruirse, y negar la lección, a aquellos amigos a quien el mundo apellida de avaros, es lo mismo que negar remedio al enfermo…

¿Y las meretrices, Señor? ¿Por qué las defendiste?

- Nicodemo, en la hora del Juicio Divino, muchas de esas mismas desventuradas mujeres, que censuras, resurgirán del lodo de la angustia, limpias y brillantes, lavadas por el llanto y el sudor que derramaron, mientras que aparecerán cargados de sombra y lodo aquellos que les prostituyeron la existencia, después de abusar de su confianza, lanzándolas a la condenación y a la enfermedad.

- Señor, oí decir que diste a Pedro el papel de conductor de tus discípulos… ¿Por qué? ¿No es él, el colaborador que te negó tres veces?...

- Exactamente por eso… En el dolor del remordimiento por las propias flaquezas, Simón ganó más fuerza para ser fiel… Más que los otros compañeros, él sabe ahora cuánto cuesta el sufrimiento de la deserción…

- Maestro, ¿y los ladrones del último día? ¿Por qué te dejaste inmolar entre dos malhechores? Y ¿por qué aseguraste a uno de ellos el ingreso en el paraíso, junto a Ti?

- ¿Cómo puedes juzgar apresuradamente la tragedia de las criaturas cuya historia no conoces desde el principio? No encubro a los que practican el mal; mientras tanto, es preciso saber hasta qué punto habrá alguien resistido a la tentación y al infortunio para que se le mida el tamaño de la falta… Hay hambrientos que se transforman en víctimas del propio desequilibrio y hay empresarios del hambre que responderán por la crueldad con que niegan el pan… Con referencia al amigo a quien prometí la entrada inmediata en la Vida Superior, es verdad que así lo hice, mas no dije para qué. .. Él realmente fue conducido al Mundo Mayor para ser reeducado y atendido en sus necesidades de elevación y transformación!...

- Señor, – insistí, - ¿y la responsabilidad con que nos cabe tratar de la justicia? ¿Por qué pediste perdón al Todopoderoso para los propios verdugos, cuando estabas suspendido en la cruz del martirio, exculpando a los que te agredían?

-No anulé la responsabilidad en ningún tiempo… Rogué, maniatado a la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen…” Con eso no aseveré que nuestros adversarios gratuitos estuviesen haciendo lo que debían hacer… Esclarecí, tan sólo, que ellos no sabían lo que estaban haciendo y, por eso mismo, se mostraban dignos de la mayor compasión!...

Ante las palabras del Señor – concluyó el antiguo maestro de Israel -, las lágrimas me subieron de las entrañas del alma a los ojos… Nada más vi que no fuese el velo diáfano del llanto, reflejando las sombras que anunciaban la noche… Aún así, oí, como si el Señor me hablase lejos, muy de lejos:

-Misericordia quiero, no sacrificio…

En ese punto de la narrativa, Nicodemo se calló. La emoción sofocaba la voz del gran instructor, cuya presencia nos honraba la mansión espiritual. Y en cuanto a nosotros, viejos juzgadores del mundo, que lo oyéramos atentos, entramos todos en meditación y silencio, ya que ninguno apareció en nuestra tertulia íntima con bastante disposición para añadir palabra.

Del libro: Vitrina de la Vida. Psicografiado por Chico Xavier.